Es complicado en las artes visuales referirse a conceptos tan abstractos y esquivos como la transformación, o cualquier otro que aluda al paso del tiempo. La imagen sucinta (por no decir estática) de las artes viso-espaciales ha requerido siempre de ciertos significantes portadores de las ideas a comunicarse; el movimiento en el tiempo se ha podido codificar de manera sencilla aunque siempre relacionada al correlato narrativo de la historia o la leyenda referencial. La transformación se puede representar, porque tenemos memoria de ella. En este caso, la imagen es al texto lo que el encuadre cinematográfico al guión.
La Transfiguración, de Rafael Sanzio, reproduce a Jesucristo luego de alcanzar su naturaleza divina sobre una montaña y ante el terror de sus apóstoles. La naturaleza recién adquirida es representada por la refulgencia que muestra su cuerpo suspendido en el aire y la composición simétrica de la pintura. El congelamiento del instante que da sentido a aquello que lo antecedió como a lo que lo sucede.
A pesar de esta dificultad, el tiempo (en la forma del proceso, o el desencadenamiento de ciertos hechos en un orden determinado y que, no necesariamente, tiene fin) ha sido abordado por dos famosos artistas (entre otros no tan conocidos) desde finales de los años sesenta. El process-art de Robert Morris y Richard Serra, a través de la negación de los presupuestos del arte humanista para una pieza física (dureza, estabilidad, peso y perdurabilidad), se vale de la preconcepción, el accidente, la gravedad, la degeneración a causa de los elementos y cualquier otra influencia para animar sus instalaciones y fomentar la transformación de estas en un espacio de tiempo relativamente estrecho. Un difuso punto intermedio entre la imagen y el performance.
Álex y yo nos interesamos en la transformación y el movimiento (aparte de sus connotaciones filosóficas, por ser la característica principal de cualquier proceso revolucionario), por razones estrictamente individuales. Sin embargo, dimos cuenta de este fenómeno que casi siempre se manifiesta hermosa y dramáticamente. Lo paradójico de este interés es que, siendo la transformación ordinaria, nuestra cultura se empeña en bosquejar un universo constituido por certezas inamovibles. En el imaginario de nuestra época son poquísimos los fenómenos que sintetizan la dinámica de la transformación de mejor manera que el travestismo. FACADE indaga en esta expresión singular con curiosidad infantil. La muestra, a inaugurarse en julio de este año en el Ojo Ajeno (galería del Centro de la Imagen), explora la reciprocidad de ambos conceptos (transformación y travestismo) en el marco de una museografía dinámica y escéptica de las clasificaciones convencionales de las artes visuales en Lima.
Germán Vegas
Antes de iniciar este proyecto, y solamente habiendo escuchado el título propuesto para la muestra no hubiera podido imaginarme que el contenido de la misma sería lo que es.La fachada como punto de partida, el exterior, la imagen, para luego pretender explicar el contenido y el significado de un proceso sin fin.
Una combinación de materiales, técnicas, imágenes, textos, emociones y pensamientos encerrados en una muestra que pretende, tal vez, con la usual ingenuidad de quien hace arte, captar aquello que aunque es percibido por los sentidos resulta muy difícil de entender y por tanto ser clasificado bajo los estándares de nuestra cosmovisión.
Tratar de descifrar el proceso eterno de transformación, místico y en este caso también muy humano, no es acaso buscar des-mitificarlo; una tarea a la que el arte aspira constantemente. La transformación, un proceso que nunca finaliza y al que difícilmente se le puede encontrar un inicio absoluto es lo que nos ha movido a este intento. De la transformación pasamos al travestismo, la re-definición y re-elaboración del género, la búsqueda de su trans-formación, su desarrollo y posible evolución. Una idea para algunos inquietante y para otros necesidad acaso vital.
El transformista, es ante nuestros ojos un nuevo revolucionario, es también la encarnación de un conflicto ancestral y a su vez un ser humano jugando a ser creador. El y ella han conquistado los medios, nuestro morbo, nuestra curiosidad y han logrado, a pesar de eso, y bajo ciertos parámetros irónicos ser parcialmente aceptado en algunos grupos sociales…
Aceptar la transformación, que la modificación, el desarrollo, la evolución de todo es imparable e independiente de nuestra voluntad o deseo es un ejercicio relativamente difícil que implica mucho desapego a lo establecido. De ahí que la muerte sea para muchos de nosotros algo tan difícil de aceptar, no sabemos a dónde nos llevará, si al final o al inicio.
Preguntas originadas a partir de este aspecto ineludible de nuestra existencia. Después de todo, la transformación es inevitable, esta queda en el aire sin una respuesta absoluta pero en un constante proceso de acercarnos más a la solución del acertijo.
Alexander Luna
xxx
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